En sus manos

Un ritual de curación y quietud

Vanda Serrador

Me tumbo, cierro los ojos y, durante un momento, no pasa nada. Entonces, las manos de Vanda empiezan a moverse, no con prisa ni coreografía, sino con presencia. Su tacto es cálido, consciente. No hay prisa ni secuencia. Sólo un despliegue. Un facial, sí, pero no como yo lo conocía. Este es un ritual de cuidado. De memoria. De algo sin palabras y profundamente sentido.

Vanda Serrador no es sólo una facialista, es una sanadora. Los que se encuentran bajo sus manos suelen describir la experiencia como maternal, incluso espiritual, una especie de conexión intuitiva que trasciende el cuidado de la piel. “Lo que necesitamos es tiempo con los demás”, dice, “lo que necesitamos es amor”. Esa filosofía, tejida a partir de la historia de su propia vida, afecta a todo lo que hace.

Un viaje marcado por el amor y la pérdida

Nacida en Angola y criada en Mallorca, el viaje de Vanda hacia el cuidado holístico de la piel comenzó de la forma más personal imaginable. A los 17 años sufrió un accidente en la isla que le dejó una parálisis facial parcial. “Me sentí muy acomplejada”, recuerda. “0No paraba de llamar a las puertas, buscando a alguien que pudiera ayudarme, pero nadie entendía realmente por lo que estaba pasando, cómo la piel y las emociones pueden estar tan profundamente conectadas”. Fue su madre la primera en crear un ritual curativo: masajear la piel de Vanda cada noche con aceites caseros, contar historias, aportar consuelo y conexión.

Esos primeros rituales se convirtieron en la base de su trabajo. Vanda estudió en la London School of Beauty antes de pasar más de dos décadas entre Londres, Bali, Río y Nueva York, explorando antiguas tradiciones de la piel y recogiendo sabiduría. Sus tratamientos actuales son la culminación de esa experiencia global, guiada por la intuición y la presencia. “Cuando nos relajamos”, dice, “sanamos”.

Un nuevo capítulo en la isla

Ahora con sede en Mallorca, Vanda sigue ofreciendo sus codiciados tratamientos tanto en la isla como en Londres, donde vuelve regularmente para ver a sus clientes de toda la vida. Creando una experiencia como ninguna otra, sus tratamientos faciales no se guían por una rutina, sino por cómo ella lee tu piel, tu energía, incluso tu respiración. Formula los aceites a mano, adaptando cada mezcla con ingredientes como semillas de zanahoria, jojoba, incienso o rosa mosqueta, y escribe el nombre de cada cliente en el frasco: una poción personal de nutrición y cuidado.

Sus rituales son profundamente sensoriales. Paños calientes o fríos, pulverizaciones aromáticas, masajes linfáticos, mantecas texturizadas, pausas susurradas. No es de extrañar que muchos salgan no sólo radiantes, sino también más relajados. Más conectados consigo mismos. “Espero que se sientan vistos”, dice. “Que recuerden lo bien que sienta dedicarse tiempo a uno mismo”.

También habla de cómo la isla da forma a su práctica. El sol mallorquín, dice, puede ser a la vez amigo y enemigo de la piel. Su consejo es suave pero claro: utiliza protección física como sombreros y pañuelos ligeros, opta por protectores solares orgánicos o minerales siempre que sea posible y, sobre todo, escucha a tu piel. ¿Qué necesita y cuándo?

Para Vanda, la vida lenta no consiste en hacerlo todo bien. Se trata de detenerse el tiempo suficiente para preguntarse: ¿Me siento bien? Sus mañanas empiezan con agua con limón, meditación y yoga caliente, pero también acepta los días que no salen según lo previsto. “No se trata de la perfección”, sonríe. “Se trata de ser amable y volver a uno mismo una y otra vez”.

Y ése es quizá su mayor regalo: recordarnos, con cada respiración, cada mezcla, cada toque, que la curación comienza en el momento en que le damos espacio.

Helen Cummins Property Buyers Agency
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Carrer del Vicari Joaquim Fuster, 113a