A la vez que las medidas de confinamiento finalmente se alivian y comenzamos a salir de nuestros hogares (algunos con cautela y otros con entusiasmo), el mundo se percibe diferente. Por ahora somos capaces de entender algunos cambios, pero tendrá que pasar algún tiempo para poder ver el impacto real que ha tenido. Lo que sí sabemos con certeza es que la vida nunca volverá a ser completamente igual a como era antes de adentrarnos en el extraño, inesperado e inexplorado territorio que ha supuesto la crisis del coronavirus.
Un punto en el que muchos coinciden es que debe tratarse de una llamada de atención para reflexionar y evaluar cómo interactuamos con el mundo que nos rodea. Aunque es verdad que el impulso hacia una forma de vida más sostenible había crecido en los últimos tiempos, tanto entre las personas como entre las empresas, las recientes circunstancias, indudablemente, nos han obligado a replantearnos una vez más nuestra relación con la naturaleza.
Pero además de ver cómo vivimos, muchos de nosotros volveremos a evaluar dónde vivimos. A lo largo de la historia , la finalidad principal de un hogar ha sido mantenernos a salvo. Si bien la tendencia global ha fluctuado en favor de las grandes ciudades, vivir en bloques de apartamentos urbanos en tiempos de pandemias solo aumenta el riesgo de contagio. Las multitudes del centro de la ciudad y los abarrotados medios de transporte también resultan desalentadores; mientras que los pequeños pueblos y lugares rurales se vuelven más atractivos. Además, después de semana tras semana de aislamiento obligatorio, aquellos que han carecido de la libertad y del espacio exterior de una casa han sentido mucho más la tensión.
Para muchos, la situación también ha supuesto que la casa se haya convertido en oficina y para algunos de nosotros, sin duda, la opción preferible. Cada vez más hogares tendrán espacios dedicados al trabajo, lo que dará lugar a horarios más flexibles y, como se ha popularizado durante esta crisis, a más reuniones por videoconferencia. Menos desplazamientos, tanto por carretera como por aire, suponen un entorno más limpio y una reducción de las emisiones responsables del efecto invernadero.
Es probable que muchos de nosotros también nos sintamos atraídos por una forma de vida más autosuficiente, mediante la cual nuestra electricidad y agua se obtienen o producen de forma sostenible, y los alimentos se cultivan en las tierras circundantes. Si bien sirve como respaldo en tiempos de emergencia, el uso de energías renovables también tendría beneficios ambientales obvios. Y en una isla en la que hay sol el 80% del año, quizás sería hora de apostar de forma generalizada por la energía solar.
El efecto del virus en la industria turística de las islas será, sin duda, muy dañino, al menos a corto plazo, y, en consecuencia, tendrá un impacto económico en toda la isla. No hay duda de que las consecuencias de la COVID-19 tendrán un profundo efecto en muchos aspectos de nuestras vidas y las elecciones que hacemos sobre cómo vivimos.
Pero cuando al salir de nuestras casas, podamos respirar un aire más limpio, daremos más valor a los pequeños placeres. Entonces quizás estaremos frente a la oportunidad de cambiar lo que creíamos “normal” por una mejor forma de vida, para nosotros, para nuestra isla y el sobretodo para el planeta del que dependemos.
Photos de Sara Savage