Frondosos pinos en las colinas a lo lejos de una playa apartada. Aguas turquesas. El sonido suave del mar contra las rocas mientras paseas por el Paseo Marítimo. La impresionante arquitectura de la Catedral de Palma en contraste con un cielo totalmente azul. Presta atención, por que si lo haces, notarás que Mallorca en un julio es un paraíso de contrastes.
Si creías que había “unos cuantos” tonos azul, te equivocas, en Mallorca podrás ampliar tu paleta. Desde el azul paradisíaco de las aguas de Cala Mondragó, hasta el azul turquesa de Cala Bona. En Cala Varques y Playa de s’Oratori encontrarás colores que, posiblemente, nunca habías visto. Te sorprenderás cuando descubras la riqueza natural de Canyamel o las arenas blancas de Cala Millor.
En Mallorca hay cientos de playas listas para ser disfrutadas, siempre protegiendo su entorno natural. A lo mejor te apetece darte una vuelta por el pueblo de Valldemossa y inspirarte con su feria anual dedicada exclusivamente al arte.
Después de un largo día bajo el sol, la isla se transforma por la noche: se llena de luces y color para animar las veladas hasta que, de nuevo, salga el sol.