“Siempre sentí que lo llevaba en la sangre”, explica Antònia, que supo que quería ser arquitecta desde pequeña. Y la actividad está muy arraigada en su familia, a través de su padre y su abuelo, ambos conocidos constructores de la isla.
“En verano, cuando no tenía colegio, iba con mi padre a las obras. Veía y olía el trabajo –recuerda–, así que lo supe desde muy joven, aunque más que dedicarme a la construcción, quise dedicarme a la arquitectura”.
Tras acabar los estudios en Barcelona, animada por su padre, Antònia regresó a su pueblo natal, Alaró. Pero antes, uno de sus profesores le formuló una petición: si volvía a Mallorca, no dejarse “contaminar” por los excesos sino que debía tratar de reparar parte del daño sufrido en la isla durante décadas de irresponsable desarrollo.
Y desde que creó 353 Arquitectes, ahora hace casi dos décadas, Antònia ha asumido esa tarea con profundo sentido de la responsabilidad. En lugar de crear más edificios de nueva construcción, se centra en corregir errores. “En vez de dejar todavía más huella en la isla, quiero mejorar la que ya existe”.
Eso no significa que no diseñe edificios nuevos, pero siempre procura que parezca que siempre han estado ahí, a diferencia de los que parecen “caídos del cielo”. Eso implica integrar la arquitectura en el entorno, con el mínimo impacto. “La esencia del medioambiente es muy importante y no quiero alterarla”.
Pero Antònia siente un deber casi sagrado de respetar también algo más: siempre se preocupa de garantizar que sus servicios no solo cumplen con las expectativas de sus clientes, sino que van más allá. Ella destaca que su implicación no concluye cuando se entregan las llaves y que, si es necesario, se prolonga incluso después de la mudanza. “Nuestro trabajo no consiste solo en hacer estudios y dibujar planos; también estamos creando un lugar para que lo habiten unas personas en particular. Es una gran responsabilidad”.
Con tantos impresionantes proyectos como ha hecho, ¿de cuál se siente más orgullosa? “Del comedor del colegio de mi hijo”, responde sin dudarlo. Había notado que era demasiado pequeño para tantos niños y que necesitaba una reforma. Se ofreció para hacerla de modo desinteresado, y amplió e iluminó el espacio. “Me hace feliz cada vez que lo veo”, dice sonriendo. Tras acabar la obra, incluso se la explicó a los niños, de modo que tal vez inspiró a una nueva generación de arquitectos. Es un ejemplo perfecto de lo que impulsa a Antònia, e ilustra los valores tan humanos con los que trabaja su empresa.
Pero ese enfoque humano se combina con un riguroso método. “Todo debe ser lógico, coherente, con sentido común y responsibilidad. Cada decisión debe basarse en la razón. Saber que cada decisión se basa en un razonamiento sólido me deja dormir bien por la noche”. Aun cuando la razón es la base de su toma de decisiones, Antònia, que es una gran aficionada al yoga, señala que su práctica a menudo le resulta útil para el trabajo. “Me da equilibrio, me ayuda a ordenar las ideas y, a veces, cuando no encuentro solución a un problema arquitectónico o me tengo que afrontar con conflictos en la obra, el yoga me ayuda buscar este equilibrio y surge”. Sin duda, muy inspirador.
Photos by Sara Savage