Hace cinco años, a Peter Markham no le atraía en absoluto la idea de recorrer en bicicleta la Serra de Tramuntana de Mallorca. Había visto a hombres de mediana edad vestidos con lycra que se dirigían al Cap de Formentor y no era su idea de pasarlo bien. Entonces, ¿cómo es que un hombre de unos 60 años cambió de opinión y decidió recorrer la isla en bicicleta en solitario?
Empezar poco a poco
Todo empezó cuando Peter tropezó con “The Slow Cycling Group”. Su nombre tenía cierto encanto, y tras unirse a los entusiastas aficionados, se embarcó en innumerables recorridos de 40-50 km, empapándose de la belleza natural de Mallorca. Subir las montañas de Mallorca en bicicleta aportaba a Peter una sensación de tranquilidad, y el sonido de los arroyos, el mar turquesa, los cencerros de las ovejas y las impresionantes vistas disipaban el esfuerzo físico. “Descubrí que podía entrar en un ritmo meditativo”, reflexiona. Disfrutar de una forma tan relajada de pedalear hizo evidente que el ciclismo competitivo de larga distancia nunca sería lo suyo. La famosa prueba anual 312 quedó descartada: Peter no quería unirse a los que pedaleaban lo más rápido posible alrededor de los 312 km de circunferencia de la isla. En su lugar, decidió recorrer la misma ruta a su manera. Despacio.
Peter sabía que necesitaría pasar algunas noches fuera de casa para completar el curso. Para pernoctar, los refugios secretos de Mallorca acudieron al rescate. Estos albergues, generalmente destinados a excursionistas, ofrecían una cama asequible, cena, desayuno e incluso un almuerzo para llevar. Sin embargo, compartir un dormitorio con desconocidos no estaba exento de peculiaridades. Peter recuerda una noche en el albergue de Son Amer, cerca de Lluc, y la prueba de meterse en la cama sin perder el pudor en un dormitorio lleno de desconocidos. “También estaba el miedo a los temidos ronquidos de mis nuevos compañeros de habitación. Mis soluciones fueron tapones para los oídos, un parche en el ojo y elegir una litera que diera a una pared”, nos cuenta.
Altos y bajos
Los primeros días del viaje de Peter le llevaron a través de descensos empapados por la lluvia, subidas agotadoras y una caminata especialmente notable de 45 minutos hasta el refugio del Puig de Galatzó. “A pesar de que quería tirar la bicicleta a la cuneta, pensé en cómo se habría sentido Jesús, así que me tambaleé por las rocas con mi preciada bicicleta sobre la cabeza”, recuerda entre risas. El dolor mereció la pena al llegar al nuevo refugio, situado en medio de un paisaje impresionante y con un bar bien surtido.
Durante los dos últimos días, Peter pedaleó bajo un intenso calor, descendió por tranquilas laderas arboladas y se adentró en la ajetreada vida urbana de Palma. Recorrió kilómetros de playas de arena repletas de tumbonas y turistas aturdidos por el sol. El último día se dirigió lentamente a casa y, al llegar a Alcúdia, abrió una botella de cava para celebrar su hazaña. “Fue tan especial para mí porque había completado el circuito de Mallorca a mi manera. Mi mente podrá evocar durante mucho tiempo las bellas vistas en las que me detuve, estudié y reflexioné”, concluye pensativo.
Texto por Ché Miller | Fotos de Jonathan Renso Barzola