Comer lenta y deliberadamente es uno de los credos de la asociación conocida como ‘Slow Food’. Se contrapone al ‘fast food’, un concepto exportado de los Estados Unidos a Europa en los 70 y nacido en Roma en 1986. Fue entonces que un grupo de profesionales italianos, encabezado por el periodista Carlo Petrini, se manifestaron en contra de la apertura de un McDonald’s al otro lado de la Escalinata de la Trinidad del Monte, montando allí un suntuoso almuerzo de espaguetis. Desde entonces, la red ha crecido año tras año. A nivel mundial, Slow Food cuenta con más de 100,000 socios y alrededor de 1,200 sedes denominadas Convivium.
La sede balear fue fundada hace cuatro años en Mallorca por la activista Laura Buadas y ya cuenta con más de 250 socios.
¿Porqué empezaste una campaña en contra de McDonald’s y entidades similares en la isla?
Yo no lo llamaría una ‘campaña’. No nos peleamos con nadie. Más bien, proporcionamos una alternativa para la gente concienciada sobre el medio ambiente y que prefiere alimentos saludables. Vengo de una familia en la que la comida y su preparación siempre han tenido mucha importancia. Hace varios años, asistí a una conferencia de la red Terra Madre en Turín, que está asociada al movimiento Slow Food. Su concepto de sistemas sostenibles para la producción alimentaria, teniendo en cuenta el paisaje natural y la tradición local, me convenció. Fue entonces cuando decidí fundar un grupo Slow Food en mi casa, con mis amigos.
¿Y cuál es vuestro trabajo?
Ante todo nos consideramos un intermediario entre los productores y el consumidor. Somos una especie de comunidad alimentaria. La política de Slow Food es que la producción local de carnes, productos lácteos, frutas y verduras debería ser buena, limpia y justa. Quiere decir limpia en cuanto a la frescura y el sabor, libre de productos químicos y producido de manera sostenible. Y justa en cuanto a una recompensa digna y justa para los productores y un precio razonable a pagar por el consumidor.
¿Cómo se pone en práctica este sistema?
De manera muy simple. Buscamos y apoyamos a los agricultores que cultivan y producen verduras, carne u otros alimentos en la isla según nuestras directrices. Luego informamos a los consumidores sobre nuestra página web, desde la cual se pueden comprar estos alimentos.
Suena realmente sencillo. Por desgracia no lo es. La demanda para alimentos ecológicos y sostenibles en las Islas Baleares es mucho mayor que la oferta disponible. Es muy difícil para los productores competir con la variedad de alimentos de producción masiva. La producción de alimentos a base de ingredientes locales y producidos con métodos tradicionales es bastante problemática. Un buen ejemplo es la sobrasada mallorquina.
¿Cuál es el problema? Al fin y al cabo los cerdos se crían en Mallorca.
La carne utilizada en la mayoría de sobrasadas disponibles comercialmente no es de la isla, es importada de Polonia o Ucrania. El segundo ingrediente, la pimienta molida pebre bord de tap cortí había dejado de cultivarse en Mallorca desde hace unos años. Esta es otra parte de nuestro trabajo: Una de nuestras campañas más exitosas fue la de la recuperación de este pimiento local. Con la colaboración de agrónomos y expertos en agricultura, hemos conseguido traer las semillas del pimiento de vuelta a la isla. Mediante talleres, los payeses aprendieron a moler el pimiento de manera tradicional para poder usarlo en la elaboración de la sobrasada.
¿Hasta qué punto os ayuda la conselleria balear de Agricultura?
El apoyo político que recibimos es nulo. Desde su fusión con Presidencia hace dos años, la Conselleria de Agrícultura en sí ha dejado de existir. El gobierno nuevo del Presidente José Bauzá, ha decidido cerrar la comisión que otorga las designaciones de origen para productos de las islas como el vino, el aceite o la sobrasada, por recortes de gastos.
¿Es Slow Food un movimiento sólo para las personas que se pueden permitir comprar comida ecológica?
Si compras productos ecológicos en la boutique gourmet de El Corte Inglés, está claro que te va a costar caro. Pero ese no es nuestro propósito. El sistema es bastante sencillo: Cuantos más intermediarios hay involucrados en la venta, más caro es el precio final para el consumidor. Por esta razón, hace tiempo lanzamos una cooperativa de consumidores en la isla. Es una red de seguidores de Slow Food que abarca a todas las ciudades y pueblos, y juntos compran alimentos directamente de los productores ecológicos. Cuantas más personas participan en este tipo de proyectos de compra conjunta menos tiene que pagar cada individuo por sus productos.
¿Y tú, dónde sueles hacer la compra?
La hago de muchas formas. La mayoría de las verduras y frutas que consumo vienen de mi huerto en casa. Compro pescado fresco en mercados semanales. Si la etiqueta no aporta información precisa sobre la proveniencia del producto, pido más información al comerciante. Suelo comprar carne en cooperativas de carniceros o directamente de las granjas. Hoy en día ya hay muchas tiendas que ofrecen productos orgánicos – y ahora tenemos dos mercados ecológicos, uno en Palma los sábados y uno en Santa María los domingos.
¿Slow Food hace del mundo un lugar mejor?
No me preocupa ya que no me veo como una especie de benefactora. Sigo buscando la solución universal a los problemas alimenticios del planeta. Nuestro lema es simple: menos es más. Estamos intentando reducir la velocidad frenética de nuestra sociedad de consumo, no sólo en la alimentación, pero en todos los aspectos de la vida.
¿Cómo te ganas la vida?
Trabajo en la industria de la creatividad. Dedico gran parte de mi tiempo libre al movimiento Slow Food. Por cierto, la alimentación es un medio totalmente creativo ya que conecta tantas cosas diferentes. Empieza con el diseño de una mesa de comedor y acaba con servir la comida en el plato.